¿Ahora qué? El turno esta mañana se le hace
cuesta arriba. Apenas hay clientes porque empiezan a irse. Así que presiente
que el día se le va a hacer muy largo. Su jornal es de diez horas, turno
partido. Pensaba en que ayer hubo micro abierto y salió al escenario, a la
gente le gustó su poema.
—Hola, buenos días. –Sacándola de su ensimismamiento.
—Buenos días. Venía a por la barra de pan, a nombre de
Mireia.
—Cógela, la tienes ahí. –Señalando el cesto de mimbre,
encima de la mesa. —¿Puedes tacharte por favor?
—Sí, claro.
Y así, cliente tras cliente. Esa mañana de todas
formas no empezó bien. Mientras iba a entrar por recepción una chica fuera del
coche.
—Hola, ¿trabajas en recepción? –Siete y media de la
mañana.
—Hola, no. –Sigue andando, sino llegará tarde, y tiene
que hacer el pan. Sale del coche un hombre de unos treinta y pocos.
—NECESITO QUE ME ABRAS LA BARRERA, QUE A MÍ NADIE ME
HA INFORMADO QUE LA BARRERA SE ABRE A LAS OCHO. –Señalándole un cartel que está
en la puerta de recepción.
—Lo pone aquí, y en la normativa de la página web. –Seguro que al llegar se te informó so mamón.
—¿Y TÚ TE CREES QUE YO VOY LEYENDO TODOS LOS CARTELES?
–Pues deberías, si no haces eso en la
montaña podrías morir. —TENEMOS UN DESCENSO EN CAÑÓN Y NO PUEDO SALIR, ES
QUE O ME ABRES LA BARRERA O…–Ya había entrado, quién coño se creía ese tío que
era, ni siquiera es su trabajo, ¿y también amenazando? ¿Sino qué? Capullo,
capullo, capullo. Sabía como levantar la barrera, y con tal de que se fueran le
dio al botón y adiós. Por la tarde, se enteraría de que bajo ningún término se
puede abrir la barrera fuera de horario, sólo en caso de ambulancias y ese tipo
de cosas. —Esto no se lo digas
a Yasser.
Seguía aburrida, ni siquiera le ponían música para
darle algo de vidilla a aquello. Y por la puerta entraba un frío atroz. Mira la
hora, las nueve cuarenta y siete. Sale a las dos. Cuatro horas. Aunque
luego tenga que volver. Aún ni siquiera sabe si es su último día. Ojalá lo
fuera. Alcanza a ver a Yasser bajar.
—Buenos días Yasser. –Acercándose rápidamente para
alcanzarle.
—Hola Gior. Dime. –Mientras miraba unos papeles,
seguramente organizando en su cabeza y controlando, este hombre está en todo.
—Ayer tuve un problema con un ticket, había que
devolverle sesenta y cinco céntimos a un cliente, está en caja.
—Vale, luego al hacerla lo miro. –Se pone el abrigo,
ella le sigue andando. Se paran en la puerta antes que salga.
—Una pregunta, ¿hasta que día estoy?
—Hoy es el último día, cierras a las dos, porque ya se
va la gente y no merece la pena abrir por la tarde. –Se ha encendido un
pitillo, ¡fuma demasiado!
—Vale. ¿Me podrías hacer los papeles? Es que me voy el
miércoles.
—Mañana vienes a firmar. –No tenían más que decirse,
es un hombre pragmático, así que dan por concluida su conversación.
—Gracias. Hasta luego.
Baja los escalones hasta la tienda, se acomoda en la
caja y se agazapa en la cazadora. Suenan los cascabeles de la puerta, entra una
chica francesa.
—Buenos días.
—Hola. –Gior se siente observada, la chica ha puesto
esa mirada como intentando recordar algo.
—¿Eres la del micro de ayer? –Aunque era más una
afirmación que una pregunta.
—Eso parece. –Sonriendo. Sale de detrás de la caja, y
se va acercando, hasta donde se encuentra la francesa.
—Me gustó lo que leíste. –Se sonroja un poco, la
presencia de la chica le abruma un pelín, es guapa.
—Gracias. –Se miran un momento sin decir nada. —Lo
siento, me llamo Gior. –Y se adelanta a darle dos besos, es una excusa para
saber como huele. Dulce.
—Ellie. –Se ha tensado un poco, pero le ha gustado que
lo hiciera.
—Bonito nombre. ¿Te puedo ayudar en algo Ellie? –Pronunciando su nombre con voz
aterciopelada.
—Quería unas cosas para tomar un desayuno. ¿Tienes
pan?
—Sí, habitualmente hay que reservar, pero estos días
hemos hecho unas barras de más, y por suerte para ti, me queda una.
—Sí que es suerte, aunque con tostadas, me es bien.
–Se ríe, su risa la hace aun más bonita, piensa en lo sexy que estará enfadada.
—Pero entonces ¿quieres o no el pan? –Con un
interrogante en la cara.
—Sí, sólo te ¿cómo se dice? ¿Estaba tomando el pelo?
—Sí, así es. ¿Cómo es que hablas tan bien español? –Acercándose
a las barras rústicas y llevando la última a caja.
—Mi padre es de aquí, pero vivimos en Francia. –Acaban
de rozarse el brazo, cosquilleo.
—¡Qué bien hablar dos lenguas maternas! ¿Habéis venido
a esquiar?
—Sí, estos días
no hemos parado.
—¿Cuándo habéis llegado?
—El sábado pasado.
—¡Cuánto tiempo! ¿Cómo es que no te había visto antes?
—Ya te lo he dicho, no hemos parado. Aunque yo sí te
he visto.
—Ya, ayer.
—No, también de paseo con tu pequeño chat. –Jo, me ha visto. —¿Cómo se llama?
—¿Mi gato? Holly, pero la chica de cocina la llama Mari
Holly, Holly Loli o Mariana.
—Me gusta Holly Loli. –Tras un par de carcajadas. —¿Tienes
mantequilla y mermelada?
—Sí, y si me apuras queso de untar Philadelphia. –Sacando la tarrina gris y
cogiendo la mantequilla.
—Así terminaré comprándote toda la tienda.
—Tienes que desayunar bien.
En ese momento entran como dos bólidos, los pequeños
de la casa.
—Buenos días Ryan, buenos días Che Che Che Chenia. ¿Dónde
vais tan rápidos? –La chica se queda allí observando la escena.
—Pues hemos echado una carrera y he ganado a Ryan.
—Las chicas al poder, chócala. –Mira a la francesa.
—Ellie, estos son mis niños favoritos del camping,
Ryan y Chenia, Ryan es el hijo pequeño de Yasser, y Chenia una amiguita suya de
Barcelona. Chicos ésta es Ellie, es francesa. –Ellie los saluda, y ellos a
ella.
—Tonto el último. –Y sale Chenia corriendo por la
puerta. Ryan fue al rato, no sin antes decirle.
—Te gusta. –Y suenan de nuevo los cascabeles. Ambas se
habían quedado viendo salir al niño. Ellie se gira.
—¿Te gusto?
—¿Qué? No. Sí. ¿Es una pregunta trampa? –Le sonríe con
picardía.
—¿A qué hora terminas?
—A las dos, hoy es mi último día. –Lo dice casi de
forma automática. —¿Tú cuándo te vas?
—Mañana. ¿Por la tarde haces algo?
—Depende, ¿qué propones?
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