viernes, 30 de diciembre de 2016

Islas Georgias del Sur y Sandwich del Sur

—A ver, pues claro que nunca más volverá a ser igual. Eso pasa porque tú y yo ya nos conocemos —están caminando, han quedado para ir juntas.
—Pues yo no lo veo así —cruzaban en ese momento plaza Mayor.
—Porque tú lo ves todo siempre diferente.
—Ya, ahora culpa a mi óptica y no a tu manera simploide de concebir el mundo.
—A ver lista, ¿y se te ocurre otra manera? —están a tres minutos en la zona de Vallecín, donde están las discotecas. La chica se queda un rato pensativa. —Ahí lo tienes, así que te callas.
—Pues mira si se me ocurre algo. Esta noche tú y yo no nos conocemos. Es perfecto.
—¿Cómo?
—Ay hija, que todo hay que explicártelo —en la puerta.
—Ves como llegábamos demasiado pronto.
—Llegamos a tiempo, que los demás sean unos putos tardones no es cosa nuestra.
—A ti te gusta estar esperando a la gente.
—A mí me gusta llegar a la hora, no como a otras.
—Déjalo ya, que tampoco es para tanto.
—Ya.
—Y a ver, ¿cómo «no nos conocemos»?
—Pues eso, yo estaré con mis amigos, y tú con estos, así que podríamos conocernos de nuevo. Hoy es un día estupendo para ello.
—No sé como consigues hacer que tus locuras me parezcan buena idea.
—Porque lo son —se regocija —ya viene mi pandilla.
—Y por allí la mía. Supongo que esto es una despedida.
—Oye —le sonríe.
—¿Qué?
—Que Feliz Año —le extiende los brazos. La mira perpleja —¿No me vas a dar un abrazo?
—¿Pero por qué haces pinzas? Así no se pide un abrazo.
—Porque tu lo digas —pone los ojos en blanco y se acerca.
—Desde ahora no nos conocemos.
—Después del abrazo o seria muy raro.
—En misa la gente lo hace y no es raro.
—A misa van muchos sectarios. Palabras tuyas.
—Y tengo razón.
—Tienes razón —a coro.
—Te he dicho que no nos conocemos —se ríen «como dos desconocidas».

*

—Hola, ¿sabes lo que dicen? —son casi las tres.
—No, pero parece que me lo vas a decir.
—Pues que da buena suerte conocer a gente nueva el primer día del año.
—Nunca lo habría imaginado.
—Pues sí. ¿Probamos? —menos cinco.
—Dale.
—Me llamo Alex, me gusta el azul, ya sé contar hasta diez y este año cumplo cuatro añazos —descojonada.
—Me llamo Laura, creo que eres demasiado joven para estar aquí pero me gustan mucho tus mechas azules —queda un minuto.
—Aburrida.
—Ya, ¿verdad que sí? Lo que tiene la edad —Suenan los cuartos, se preparan para la cuenta atrás.
—¿Tienes moras?
—No. ¿Tú?
—De sobra —pasandole una bolsa clandestinamente —menos mal que nos hemos conocido —«din don» y mora pal cuerpo. La tensión por comerse cada chuche en tiempo se palpa en el ambiente. Última.
—Feliz Año, donde sea que sea.
—Feliz Año Alex, azul, tres años.
—Pues da mejor suerte darse el lote c...—momento en el cual procede a darle la paz de manera poco fraternal.
—Pues sí que ha estado bien conocernos —le guiña un ojo, y se va.

martes, 27 de diciembre de 2016

GIOR y ELLIE

¿Ahora qué? El turno esta mañana se le hace cuesta arriba. Apenas hay clientes porque empiezan a irse. Así que presiente que el día se le va a hacer muy largo. Su jornal es de diez horas, turno partido. Pensaba en que ayer hubo micro abierto y salió al escenario, a la gente le gustó su poema.  
—Hola, buenos días. –Sacándola de su ensimismamiento.
—Buenos días. Venía a por la barra de pan, a nombre de Mireia.
—Cógela, la tienes ahí. –Señalando el cesto de mimbre, encima de la mesa. —¿Puedes tacharte por favor?
—Sí, claro.
Y así, cliente tras cliente. Esa mañana de todas formas no empezó bien. Mientras iba a entrar por recepción una chica fuera del coche.
—Hola, ¿trabajas en recepción? –Siete y media de la mañana.
—Hola, no. –Sigue andando, sino llegará tarde, y tiene que hacer el pan. Sale del coche un hombre de unos treinta y pocos.
—NECESITO QUE ME ABRAS LA BARRERA, QUE A MÍ NADIE ME HA INFORMADO QUE LA BARRERA SE ABRE A LAS OCHO. –Señalándole un cartel que está en la puerta de recepción.
—Lo pone aquí, y en la normativa de la página web. –Seguro que al llegar se te informó so mamón.
—¿Y TÚ TE CREES QUE YO VOY LEYENDO TODOS LOS CARTELES? –Pues deberías, si no haces eso en la montaña podrías morir. —TENEMOS UN DESCENSO EN CAÑÓN Y NO PUEDO SALIR, ES QUE O ME ABRES LA BARRERA O…–Ya había entrado, quién coño se creía ese tío que era, ni siquiera es su trabajo, ¿y también amenazando? ¿Sino qué? Capullo, capullo, capullo. Sabía como levantar la barrera, y con tal de que se fueran le dio al botón y adiós. Por la tarde, se enteraría de que bajo ningún término se puede abrir la barrera fuera de horario, sólo en caso de ambulancias y ese tipo de cosas. —Esto no se lo digas a Yasser.
Seguía aburrida, ni siquiera le ponían música para darle algo de vidilla a aquello. Y por la puerta entraba un frío atroz. Mira la hora, las nueve cuarenta y siete. Sale a las dos. Cuatro horas. Aunque luego tenga que volver. Aún ni siquiera sabe si es su último día. Ojalá lo fuera. Alcanza a ver a Yasser bajar.
—Buenos días Yasser. –Acercándose rápidamente para alcanzarle.
—Hola Gior. Dime. –Mientras miraba unos papeles, seguramente organizando en su cabeza y controlando, este hombre está en todo.
—Ayer tuve un problema con un ticket, había que devolverle sesenta y cinco céntimos a un cliente, está en caja.
—Vale, luego al hacerla lo miro. –Se pone el abrigo, ella le sigue andando. Se paran en la puerta antes que salga.
—Una pregunta, ¿hasta que día estoy?
—Hoy es el último día, cierras a las dos, porque ya se va la gente y no merece la pena abrir por la tarde. –Se ha encendido un pitillo, ¡fuma demasiado!
—Vale. ¿Me podrías hacer los papeles? Es que me voy el miércoles.
—Mañana vienes a firmar. –No tenían más que decirse, es un hombre pragmático, así que dan por concluida su conversación.
—Gracias. Hasta luego.
Baja los escalones hasta la tienda, se acomoda en la caja y se agazapa en la cazadora. Suenan los cascabeles de la puerta, entra una chica francesa.
—Buenos días.
—Hola. –Gior se siente observada, la chica ha puesto esa mirada como intentando recordar algo.
—¿Eres la del micro de ayer? –Aunque era más una afirmación que una pregunta.
—Eso parece. –Sonriendo. Sale de detrás de la caja, y se va acercando, hasta donde se encuentra la francesa.
—Me gustó lo que leíste. –Se sonroja un poco, la presencia de la chica le abruma un pelín, es guapa.
—Gracias. –Se miran un momento sin decir nada. —Lo siento, me llamo Gior. –Y se adelanta a darle dos besos, es una excusa para saber como huele. Dulce.
—Ellie. –Se ha tensado un poco, pero le ha gustado que lo hiciera.
—Bonito nombre. ¿Te puedo ayudar en algo Ellie? –Pronunciando su nombre con voz aterciopelada.
—Quería unas cosas para tomar un desayuno. ¿Tienes pan?
—Sí, habitualmente hay que reservar, pero estos días hemos hecho unas barras de más, y por suerte para ti, me queda una.
—Sí que es suerte, aunque con tostadas, me es bien. –Se ríe, su risa la hace aun más bonita, piensa en lo sexy que estará enfadada.
—Pero entonces ¿quieres o no el pan? –Con un interrogante en la cara.
—Sí, sólo te ¿cómo se dice? ¿Estaba tomando el pelo?
—Sí, así es. ¿Cómo es que hablas tan bien español? –Acercándose a las barras rústicas y llevando la última a caja.
—Mi padre es de aquí, pero vivimos en Francia. –Acaban de rozarse el brazo, cosquilleo.
—¡Qué bien hablar dos lenguas maternas! ¿Habéis venido a esquiar?
—Sí,  estos días no hemos parado.
—¿Cuándo habéis llegado?
—El sábado pasado.
—¡Cuánto tiempo! ¿Cómo es que no te había visto antes?
—Ya te lo he dicho, no hemos parado. Aunque yo sí te he visto.
—Ya, ayer.
—No, también de paseo con tu pequeño chat. –Jo, me ha visto. —¿Cómo se llama?
—¿Mi gato? Holly, pero la chica de cocina la llama Mari Holly, Holly Loli o Mariana.
—Me gusta Holly Loli. –Tras un par de carcajadas. —¿Tienes mantequilla y mermelada?
—Sí, y si me apuras queso de untar Philadelphia. –Sacando la tarrina gris y cogiendo la mantequilla.
—Así terminaré comprándote toda la tienda.
—Tienes que desayunar bien.
En ese momento entran como dos bólidos, los pequeños de la casa.
—Buenos días Ryan, buenos días Che Che Che Chenia. ¿Dónde vais tan rápidos? –La chica se queda allí observando la escena.
—Pues hemos echado una carrera y he ganado a Ryan.
—Las chicas al poder, chócala. –Mira a la francesa.
—Ellie, estos son mis niños favoritos del camping, Ryan y Chenia, Ryan es el hijo pequeño de Yasser, y Chenia una amiguita suya de Barcelona. Chicos ésta es Ellie, es francesa. –Ellie los saluda, y ellos a ella.
—Tonto el último. –Y sale Chenia corriendo por la puerta. Ryan fue al rato, no sin antes decirle.
—Te gusta. –Y suenan de nuevo los cascabeles. Ambas se habían quedado viendo salir al niño. Ellie se gira.
—¿Te gusto?
—¿Qué? No. Sí. ¿Es una pregunta trampa? –Le sonríe con picardía.
—¿A qué hora terminas?
—A las dos, hoy es mi último día. –Lo dice casi de forma automática. —¿Tú cuándo te vas?
—Mañana. ¿Por la tarde haces algo?

—Depende, ¿qué propones?

viernes, 23 de diciembre de 2016

Autoconstelacencia

Autoconstelacencia. Periodo de acumulación de datos, de manera subconsciente, en pos de su posterior uso en la creación artística. Se tiende a analizar una retrospectiva vital, conjunto con lo ya producido. Causa de un sentimiento de «vacío» en el que el artista es incapaz de crear. Se parece al llamado bloqueo del escritor pero extendido a toda disciplina artística.

La misma canción se repite desde hace tres días, momento en el que estalló, sonoro, el bloc de esbozo en la pared, y se clavo, consiguientemente, como un dardo, el portaminas dos milímetros HB.
En la tarima se distribuye una red de botellas y latas de cerveza, dando al ático un tufo a fermentado similar a las fauces de un pub después de terminar la noche. Sumándose olores, por la falta de ventilación, la pintura y finalmente el sudor.
En medio de aquello, un cuerpo postrado en el suelo en posición fetal, asido de esa manera por el frío que baña todo el espacio. Es invierno. El termostato no se toca.
DING DONG (uno), DING DONG (dos), DING DONG (tres). Todo permanece estático.
«Me siento vacía». Resuena en la cabeza de Amara. A los pocos minutos, escucha por encima de «Somewhere only we know» (versión en la que Lily Allen y Keane hacen un dueto) un ajetreo en el pasillo.
NOC NOC (uno), NOC NOC (dos), NOC NOC (tres).
—Amara, ¿estás ahí?
—LÁRGATE.
—He traído comida.
—¿HAMBURGUESAS?
—Con extra de queso y pepinillos.
—¿CERVEZA?
—Aja.
—Hay una llave debajo del felpudo.
Podía ser un violador, o un ladrón, tal vez un acosador, sabe su nombre, pero está segura de no conocer esa voz.
Al girar la cerradura y abrirse la puerta, el primer estímulo que obtiene el desconocido, lo percibe por la nariz, y acto seguido a través de los ojos. A pesar de haber abierto la puerta de manera tímida, al ser consciente del panorama, deja las bolsas apoyadas en el suelo, cierra la puerta y rápidamente abre ventanas y sube persianas con el sonido latoso que conlleva el segundo acto, y causando molestias a la retina de Amara con el primero.
—PARA. –Silencio. «I'm getting tired and I need somewhere to begin. I came across a fallen tre…»
—Lo siento, me estaba volviendo loca. –¿Loca? Con a, en femenino. Se revuelve.
—¿Eres una chica? –Haciendo esfuerzos por moverse lo menos posible pero captarla en su campo visual.
—Tengo la voz ronca, pero tampoco es como si sonase a lo Johnny Cash. –Amara la mira pensando «¿conoces a Johnny Cash?» Abre la boca, pero no dice nada, y vuelve a colocarse igual que antes. Se queda mirando sus zapatos. Lleva un atuendo peculiar, lleno de colores, podría decirse que los lleva todos encima. Le gusta.
—¿Vas a quedarte ahí todo el día?
—Eso pretendo.
—¿No vas a comer?
—Pero, ¿por qué haces tantas preguntas?
La chica rainbow o como Amara a decido llamarla despeja la mesa y lleva las bolsas. Tiene hambre.
—Levántate, ¿o me vas a dejar comer sola?
—Ni siquiera te he invitado, así que no tengo porqué ser buena anfitriona. —Se levanta y se tumba a su lado.
—¿Qué haces? –Mirándose a los ojos. Rainbow cambia de posición y mira al frente, con un levantamiento de hombros como única respuesta.
—¿Ahora no quieres hablar? –Misma respuesta.
«Que chica más rara. Aunque tiene un perfil bonito». Un rugido violento en las tripas de Amara surge como deseo implícito de comida, pero ninguna de las dos dice o hace nada. Rainbow mira al techo ensimismada, hasta que sus tripas emiten un gruñido a coro con las de Amara. No logran contener unas carcajadas.
—Te suenan las tripas.
—Imitan a las tuyas. –Entonces se gira hacia Amara, y en un gesto infantil extiende su mano con el índice apuntando. Toque (uno), toque (dos), toque (tres).
—¿Me estás pinchando? –Levanta los hombros. —Vaaaaaale, vamos a comer. –Los labios de Rainbow se pintan con una leve sonrisa.
Ágilmente, Rainbow se pone en pie, mientras que Amara en un tambaleo que amenazaba toda estabilidad.
—Dijiste que había cerveza.
—Aja.
—¿Dónde esta?
—Por todas partes.
—¿En serio? –La había engañado, y ¿qué insinuaba? —No tengo ningún problema con el alcohol.
—Se nota, yo diría que os lleváis muy bien. –Amara se queda de pie ensombrecida. —Te he traído gazpacho, podría improvisar unos Bloody Marys con lo que tienes en esa estantería. –Le lanza una mirada perpleja. —Tienes mala cara, te sentará bien.
Después de comer, y zampar, ya que Amara devoró casi sin saborear las hamburguesas, se habían quedado en silencio, ninguna se prestaba a responder las preguntas de la otra, aunque su compañía no tenía ningún atisbo de incomodidad.
Rainbow mantiene la mirada fija en el portaminas. Mira a Amara.
—¿Qué le ha pasado a tu pared?
—La autoconstelacencia. –Se levanta y arranca el portaminas.
—Buen punto de partida.
—Tienes razón.

jueves, 22 de diciembre de 2016

De nombres va la cosa

La bolsita de té negro se movía de arriba a abajo, sujeta por los dedos de María. Como toda dinastía, la suya ponía fin para empezar una nueva, con otra Helena, sí, también con hache, muda. Llego quince minutos antes, nerviosa por conocer a la nueva Helena. Se conocieron por un chat, y de pronto comenzó a sentir algo que hacía meses brillaba por su ausencia, un clic. Sintió que conectaban. María es terriblemente impulsiva, así que cuando comprendió que le gustaba esa chica, estuvo dispuesta a lanzarse a la piscina, a abrir de nuevo su corazón o al menos quería intentarlo. Pero por mucha floritura que se le pueda dar a ese momento, o que hubiese podido tener esa historia, lo cierto es que pasó una tarde genial con Helena, pero ella sigue siendo una incógnita, alguien de quien no volvió a saber más, salvo por ligerezas ocasionales como era inevitable debido a su carrera artística. Fue un fallo de consciencia. Aun así, necesitaba haberla conocido, en esa semana se dio cuenta todo. De que la anterior Helena se había convertido en una persona que a ya ni conocía, una idealización. Que ya había olvidado a su ex. Y que su vida necesitaba dar un giro. Ella tenía que evolucionar, y de una vez por todas, se atrevería a soñar. Porque María es fuerte, la que más, pero muy sensible y vulnerable. Toda su vida quiso hacer lo correcto, aunque se equivocara, lo que no supo entonces es que lo correcto o incorrecto no existe. Ahora ya había crecido, y era tiempo de tomar decisiones y afrontar riesgos.
Que nadie os diga nunca lo que tenéis que hacer, y menos si ese alguien es vuestro miedo al fracaso, porque eso se llama cobardía, y no hay nada peor en este mundo que ser cobarde. Va a ser difícil, pero «seamos realistas, y pidámonos siempre lo imposible».

Regalos

—Seguro que no te has acordado, es eso.
—Déjame de tranqui, que hoy no tengo el día como par…
—Vamos que hoy no tienes el horno para bollos.
—¿Te crees graciosa?
—A ver, ¿te pasa algo?
—Sí, que eres muy pesada.
—Solo te decía lo del regalo en broma, no entiendo como siempre te pones tan tremen…
Estamos paseando por la calle San Juan Bosco, es una de las principales antes de llegar a plaza Mayor. Hay un Carrefour al que he empezado a dirigirme, quiere regalo, pues lo va a tener. Llevo viendo estos últimos días unos bombones que son los únicos que le gustan, y que para variar solo empiezan a distribuirse cuando empieza diciembre, ni antes ni después. Los encuentro, se venden al peso, pero hay bolsas prehechas que valen seis euros, pillo una. Menos mal que no hay mucha cola. Pago. Me está esperando de morros.
—Feliz Navidad. —Y le tiro la bolsa. La coge, se mosquea aún más.
—¿De qué va todo esto?
—Querías un regalo ¿no? Porque está claro que no puedes esperar hasta la fecha, y hoy te apetecía joder un rato, pues ya está, solucionado. —Se fija por un segundo en la bolsa, se sorprende, «son los únicos bombones que me gustan. Aun se acuerda. Es tan pava que ni ser borde le sale» Abre la bolsa y empieza a desenvolver uno.
—Vale. —Se lo mete en la boca, lo mastica y se lo traga. Va a por el siguiente. —Me conformo hasta el veinte y cinco.

martes, 20 de diciembre de 2016

Voy a besarte con o sin muérdago

La Navidad está cerca, todo me parece más bonito este año. Tener ilusión es jodidamente precioso. Estoy más feliz, y tengo esa sonrisilla estúpida tatuada en la cara. Me dirijo al centro comercial, entro a mi turno en media hora y no hay nada que me apetezca más que pasear bajo las luces escuchando unos clásicos navideños. Así que adelante «play», gorrito calentito, bufanda mullidita y abrigo. Guantes, no te olvides de los guantes. Pues resulta hasta mágica, una noche estrellada, con frío, olor a castañas, un poco de «Shake it up, shake up the happiness. Wake it up, wake up the happiness. Come on all, it's Christmas time» Al llegar al establecimiento me cambio, vuelvo a estar lista para interpretar mi papel de pingüina y a llevar una pajarita de lo más adorable.
—Hola Luis, ¿cómo ha ido la tarde? —Le digo al encargado, que a decir verdad tendrá cinco años más que yo, así que muy mayor no es.
—Hola Alex, pues bien. Aquí. De momento no ha habido mucho aunque la tarde promete.
—Yo que hoy quería irme pronto.
—¿Alguna cita?
—Sí, con un libro estupendo que me espera para una noche muy sexy.
—¡Qué rarita eres! No sé como tienes ganas de leer después del palizón de estos días.
—Me relaja.
—Para gustos...Oye, ¿esos no son tus amigos?
—Sí, eso parece, vendrán a restregarme que yo trabajo y ellos no.
—Parecen geniales.
—Los mejores. ¿Puedo?
—Adelante.
Me aproximo, les tiendo mi mayor sonrisa, y voy a abordar a mis nuevos clientes. Un par, puedo de sobra.
—¿Qué tal la camarera más buenorra de la comarca?
—Y luego soy yo la antigua.
—¿Y tú qué? ¿No dices nada? —Se lo digo a la morena bonita de ojos saltones, que extrañamente parece triste y algo encrespada.
—Hola Alex, ¿contenta? —Miro al mozo a mi derecha, y pone los ojos en blanco.
—Vale, pues os llevo a la mejor mesa del lugar. Seguidme.
—Oye chicas, que voy al baño. —Se va semi cruzando las piernas, y cuando está lo suficientemente lejos.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Y ese encrespamiento bajo esa carita de perro pachón?
—No ha sido muy buen día y tampoco he dormido mucho, así que estoy cansada. Y ya sabes que este no colabora.
—Pues este está aquí contigo, ¿por qué no intentas despejarte y olvidarte de todo? —Me hace una mueca como única respuesta —Tranquila, cuando salga de trabajar me paso por tu casa y hablamos ¿vale?
—Pero si terminas tarde y vas a estar cansada.
—Bueno, eso es cosa mía. ¿Me das un abrazo? Corre que ahora no huelo a fritanga. —Sonríe, por fin. El muchachote sale del baño.
—¿Sabéis que estáis debajo de muérdago? Por eso nos has traído a esta mesa ¿no?
—No te flipes que no lo había visto, aunque de saberlo te daba yo a ti un repaso.
—Si ya, de todas formas os tenéis que besar, reglas del muérdago. —La miro, Luis me llama.
—¿Me lo guardas? —Y me marcho. Les pongo en el TPU lo que piden habitualmente y le digo a Luis que están invitados, que haremos cuentas cuando termine.
El sitio se llena de gente y a penas tengo tiempo, más que para llevarles la comanda. Mi supuesta «compi» llega tarde como siempre, y me estoy comiendo yo sola el comedor, si no fuese tan guapa, la habría mandado a la mierda más de una vez.
Después de un buen rato, me logran retener para darme las gracias y despedirse. Laura, que es la muchacha morena encrespada de antes, está mejor y me alegro. Creo que no es plenamente consciente de lo que ilumina cuando sonríe, debería hacerlo más a menudo. Se van.
Me toco el delantal y descubro una servilleta tintada, por lo que me quedo pensando juguetonamente en ese muérdago. Pongo una sonrisilla pícara que Luis interpreta rápidamente.
—¿A qué viene esa cara de coneja?
—No tengo ninguna cara de nada pesao, pásame las bebidas de la cuatro.
—Dirás lo que quieras, pero esa cara la conozco yo y significa muchas cosas, menos nada.
—Luis, estamos trabajando, ¿quieres ser profesional por una vez en tu vida?
—Lo que tú digas. —Me pone las bebidas en la bandeja, yo le doy un beso rápido en la mejilla para que no se enfade, y sigo con el servicio.
A las doce y media ya habíamos terminado, le escribo a Laura para ver si aún quiere que me pase a verla. «Sí, corre». Bueno ésta, ahora ya se ha animado, más bipolar…
—¿Alex, te llevo?
—Pues si no te importa...
—La verdad es que no, así no esperas a Luis, que le queda por hacer la caja.
—Gracias. —Y luego cómo me enfado con ella, si es más maja que las pesetas. Y las camisetas que se me pone, que yo respeto ante todo, pero hija mía, que se me va la vista.
—¿Ya estás?
—Um, sí, vamos.
—Bueno Luigi, marchamos a casa.
—¿Ah, que hoy no te llevo?
—No ha sido premeditado, anda no te ofusques.
—Ya, ya, arrieritos somos…
—Bueno, que nos piramos ya, así que hala, hasta mañana. —Le dice cortante, y menos mal que este es capaz de montar un pollo.
—Hasta mañana, y sed buenas.
—Y tú, que eres muy malo.
Lo primero que hace al salir, es fumar, la verdad es que tiene muchas cosas que desquician esta chica, y esa manía de fumar constantemente me molesta una poquita, pero habrá que aguantarse. Vamos al coche que esta bastante cerca, me fastidia tener que tragarme sus humos en ese espacio tan pequeño, pero ni se entera, va de lo más feliz hablándome de la visita de su chorbo de Barcelona. Así transcurre el viaje hasta llegar cerca de la plaza Santiago.
—¿Me puedes dejar por aquí?
—Pero tú no viv…¿has quedado?
—Voy a ver a una amiga, nada más.
—¿Amiga?
—Sí, amiga. Jobar, para ya que tampoco es para tanto.
—Vale, anda dame dos besos y te dejo con tu amiga.
Nos despedimos, y le pongo a Laura que ya casi estoy. Al llegar a su portal contesta «Bajo»
Abre la puerta, y no entiendo nada, me mira mucho y de manera muy intensa, con esa mirada que pone cuando esta a punto de hacer alguna de las suyas. Se me acerca más, me está acojonando. Me besa. Yo no evito cerrar los ojos y seguirle el beso.
—Menos mal que te has dado prisa, sino el beso habría caducado.
—Ah, pues muy bien. —Pienso «como en la nota» Nos quedamos allí plantadas.
—Bueno, pues digo yo que ya puedes irte.
—¿Perdona?
—Pues eso.
—Pues vale.
—Pero no te enfades.
—Si te parece te doy las gracias. Chao.
¿Será cretina? ¿Pero de qué coño va todo esto? Es que ni siquiera me ha dicho nada más, pues bien.
Llego a casa, cuelgo el abrigo, hay algo en el bolsillo. Un trozo de papel. Lo saco. Hay una frase «Te habría besado con o sin muérdago»

domingo, 13 de noviembre de 2016

Deep, blue, girl

No podría explicártelo, claro que me gustó que me defendieras, pero para mi subidiotaconsciente, eso dejaría ver que me gustabas...
—¿Gustabas? 
—Gustas –Miradita de ¿contenta? Esboza su sonrisa, se le comprimen tanto los labios que parecen una raya. —¿Puedo continuar?
—Oye, que yo no he dicho nada. –¡Ja! Mentirosa.
—Y eso, mira, mis caras me delatan, mi terrible expresividad más bien, y jo, lo más lógico fue meterme contigo. Pero me gustaste más de la cuenta en ese momento, además esos días comenzabas a llevar un poco rizado el pelo y estabas muy guapa. Y me odie cuando te lo tomaste en serio, y me pusiste esa mirada rota. Te hubiese abrazado con todas mis fuerzas.
—Y hubieses parecido una loca.
—Evidentemente. –Nos miramos con complicidad, como diciendo y ahora mismo me besarías ¿verdad?
—¿Te acuerdas del primer día que fuiste a clase con tus gafas?
—Bueno, sí, ¿por qué?
—Nunca te he dicho lo preciosa que te vi, ibas con tu cazadora negra…
—De piel sintética.
—De piel sintética, una coleta y supongo que con la camiseta mostaza que tanto me gusta –cara de pervertida —llevabas gafas y eso era como mi kryptonita, quería decirte lo mucho que me ponía ese rollito a lo Lois Lane. Es más, cuando me comentaste que creías que tendrías ponértelas me alegre mucho.
—¿Así?
—Sí, pensé que me gustaría mucho verte así, porque me ponen las chicas con gafas ¿sabes?

—Eso es maravilloso –se sienta encima de mí, y coge mi cara entre sus manos. Yo la miro con contemplación y deseo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Y yo más

Coincido pocas veces en que la verdad sea cierta. No es un veredicto dictaminado por un juez, solo es una percepción, o tal vez mi propia opinión de la realidad. Es una gran mentira pensar que la verdad es algo rotundamente cierto. La certeza entonces, ante tal afirmación (pedante bajo mi punto de vista) de que esto es amor, déjame confesar que es tu peor intervención en este caso. Espera un poco, que no he terminado mi alegato. Mira, si quieres que hablemos de esto, hablaremos, y no refutes mi manifiesto porque según tu parecer sea una persona insensible y apática, y obsérvalo desde la posibilidad de que me importes. No hay verdad total en mis palabras, ni la habrá nunca, no podré expresarte completamente nada sin mentirte, pero ante todo, y aun sin ninguna seguridad, debes de saber que yo también te quiero.

domingo, 12 de junio de 2016

Blue moon

Tengo una gran disputa en base al color azul, entre lo que se ve y lo que se percibe, en que no quiero ceder pero sí, pero no, porque así es más divertido, porque así puedo verte reir otra vez. Y no pienso ceder, tal vez lleguemos a un acuerdo, pero ceder, nunca. No pienso dejarte ganar, a no ser que hagas eso con la mirada, a ver concéntrate. Tácticas de distracción cero, pero como eres. Va, me estás desarmando y no es justo, pero no pienso ceder te lo juro. Vale, tú tacto no, eso es trampa, lo siento mucho pero no pienso ceder, y esto te lo prometo, y créeme, que siempre cumplo mis promesas. Como la que te hice el otro día al despedirnos, sí, fue con la mirada, pero ya va siendo hora de que lo haga. Es un bonito sitio para dar un primer beso.

jueves, 21 de abril de 2016

POSIMPRESIÓN

—Sí, estoy segura. Que sí, que la maté.
—¿Y el cuerpo? ¿Qué hiciste con él?
—Pero deja de preguntar tanto cotilla. Tienes una mancha roja.
—¿Dónde? –Palpándose con las manos el pecho.
—Sí, ahí va a ser.
—Nunca se sabe.
—Tú querías que te mirase las tetas.
—¿Ha funcionado?
—A ver, ¿por dónde íbamos? –avergonzada.
—Yo creo que por una maniobra de distracción estupendiosa.
—¿Esa palabra existe?
—Ahora sí. Soy una mente privilegiada –se acerca, piensa que tiene los labios con forma de beso.
—¿Mente privilegiada? ¿Y por qué vas con manchas?
—Quítamela.
—¿Segura?
—Siempre –sujeta su pómulo.
—Abusas del pintalabios rojo. –Exhalación, mordedura del labio inferior, y suspiro. La besa. Se aparta despacio, la mira, y con los ojos clavados en su expresión...
—¿Qué dónde está el muerto? –estallido sonoro de risas.

martes, 19 de abril de 2016

QUECHUA A ODRE


Su cuerpo entero conjunto de virtudes, alberga todo pecado cometido; es el templo de su lujuria, y el cofre que contiene sus vicios. El manantial que debería emanar por él, se convierte en vino, en licor, cualquier destilería barata que pueda ingerir. El sabor de sus errores, aún lo palpa en la cama vacía, donde yacía el cuerpo de otro, de cualquiera. Intenta asfixiar sus sentimientos con sexo mecánico e insípido, intenta sentir algo por un momento, aunque ese algo sea efímero y se desvanezca tan pronto como llegó. 
El hormigueo en la punta de los dedos, el escalofrío que deja el frío que entra por la ventana, son el despertar de su desvalijada figura en la inconsciencia. Medita si es necesario vivir en la realidad, o darle más mecha al fuego que apaga su vida.

Se siente cuero, se siente piel, como un objeto usado por todos, que no tiene precio, porque nadie lo compra. 
Ella una vez tuvo raíces, fue parte de algo que iba más allá de su propia esencia. Pero cuando hay un giro inesperado en el argumento, la tragedia acompaña tus días. En su rostro se ven sus rasgos indígenas, toda su carne respira sabor a sus tierras. Ella se fue para olvidar. Quiere borrar de su memoria aquel mes de abril en que se salvó, pero perdió su casa, su familia, y a sí misma.